No importa si muchos le llaman reciclaje, desperdicios o tereques, lo que es indudable de negar es que cuando Fellé Vega toca algunos de sus particulares instrumentos la música sale desde lo mas intrínseco de su alma y se convierte en el bálsamo más ávido para aliviar el corazón.
Su fortaleza, creatividad y habilidad para compartir su don con los demás hacen de este artista uno de los músicos más queridos y admirados de todo el país.
Y que decir de su presencia en el escenario, esa que jamás podría pasar desapercibida por ninguna circunstancia, ya sea por sus hermosos y cautivantes ojos verdes, su figura esbelta o por el simple hecho de manejar con destreza sus movimientos corporales que delatan su afabilidad para quienes le conocen.
Dentro del arte no tiene límites, es un artista completo, creativo y talentoso por demás. Para él trabajar por y para el arte representa su misma vida, es sinónimo de respirar, amar, reír o llorar.
"Desde pequeño estuve expuesto a la música, mis padres siempre la cultivaron, mi papá cantaba desde muy pequeño, daba recitales y pitaba muy bien", explicó.
Mientras que de su madre dice que siempre estuvo envuelta en las artes plásticas y en todo tipo de manualidades, lo que ella heredó de sus padres; por lo que Fellé lleva estas dos vertientes en sus genes.
Con su inconfundible sonrisa afirma: "o salía loco o artista, por suerte, salí con ambas". Es bueno recordar que de músicos, poetas y locos todos tenemos un poco.
Para crear sus instrumentos, que han paseado el mundo, el artista prefiere un rincón especial de su residencia, acompañado de la soledad y del mundo creativo de su imaginación, lo que le permite diseñar y confeccionar piezas musicales únicas en su especie.
Sus primeros pasos
Fellé cuenta que se inicio hace veinte años dentro del arte. Su vida se ha circunscrito en tocar, componer, inventar instrumentos e impartir talleres que tratan de iluminar el corazón de quienes les escuchan.
En su artístico quehacer y su fructífera carrera ha recibido múltiples satisfacciones, teniendo la dicha de tocar con los mejores del país y fuera de esta media isla, colocada, según Pedro Mir, en el mismo trayecto del sol.
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